miércoles, 28 de agosto de 2013

Los documentos y la Historia

Desde que empecé a leer en serio, digamos que después de los tebeos (entonces no se llamaban comics), después de Rudyard Kipling, de Fenimore Cooper, de Daniel Defoe, y de Richmal Crompton, una de mis primeras lecturas fue un libro cuyo título movió mi curiosidad porque coincidía con mi nombre: Juan Van Halen, el oficial aventurero, una de las dos biografías que escribió Pío Baroja, dedicado a mi antepasado el conspirador del siglo XIX. El ejemplar de la biblioteca familiar, no numerosa pero bien elegida, estaba dedicado a mi padre. Años después, poco antes de morir don Pío, mi padre me llevó a conocer al escritor en su casa de la calle de Ruíz de Alarcón, a espaldas del Hotel Ritz. Recuerdo a un anciano con boina y batín gris que me dijo algo parecido a “espero que no des tanta guerra como tu tatarabuelo”. Probablemente por aquella afinidad vanhaliana seguí desde entonces con fervor la obra del escritor vasco y paralelamente las peripecias de aquel aventurero que guerreó bajo varias banderas y alcanzó el generalato en dos naciones, en un siglo tumultuoso y atractivo, tiempo al que desde el amor a la Historia acabé prestando especial atención.

sábado, 10 de agosto de 2013

Un gran poeta: Santiago Castelo

Hay poetas que por no apuntarse al canon que a veces nos abruma no están en la pomada de las pasarelas literarias tanto como merecen. No han seguido “las modas” porque saben, como me dijo hace años en París Pierre Cardin,  que “moda es lo que pasa de moda”. Son poetas que han construido su voz propia desde una dedicación rigurosa, mantenida, siempre dando pasos adelante en una obra que la crítica más estimable reconoce y los lectores -esa minoría juanramoniana- siguen con interés. No se detienen un segundo para mirar atrás. Es el caso de Santiago Castelo.

jueves, 8 de agosto de 2013

Riesgo y pasión de un liberal: Chaves Nogales

Leí a Manuel Chaves Nogales comenzando la adolescencia. En la biblioteca de mi padre, que contaba con apenas medio millar de libros pero bien elegidos, que yo devoré como un poseso, encontré la primera edición de “El maestro Juan  Martínez que estaba allí” publicado por Estampa en 1934. Para muchos pasa por ser una novela pero es un relato “vivido”. Como escribió Cela, “novela es todo texto que, editado en forma de libro, admite debajo del título, y entre paréntesis la palabra novela”. Realmente Juan Martínez, bailarín de flamenco, existió. Chaves Nogales lo conoció en París y le contó su peripecia durante la guerra civil que sucedió a la revolución rusa de octubre de 1917. Es una narración de hechos reales como lo es toda la obra de este singular y excelente escritor y periodista sevillano sobre el que cayó un inclemente silencio en la larga posguerra. También leí en la biblioteca de mi padre el retrato, por cierto poco amable y acaso movido por la envidia, que César González Ruano, amigo mío muchos años después, hace de Chaves Nogales en sus memorias “Mi medio siglo se confiesa a medias”.