miércoles, 28 de agosto de 2013

Los documentos y la Historia

Desde que empecé a leer en serio, digamos que después de los tebeos (entonces no se llamaban comics), después de Rudyard Kipling, de Fenimore Cooper, de Daniel Defoe, y de Richmal Crompton, una de mis primeras lecturas fue un libro cuyo título movió mi curiosidad porque coincidía con mi nombre: Juan Van Halen, el oficial aventurero, una de las dos biografías que escribió Pío Baroja, dedicado a mi antepasado el conspirador del siglo XIX. El ejemplar de la biblioteca familiar, no numerosa pero bien elegida, estaba dedicado a mi padre. Años después, poco antes de morir don Pío, mi padre me llevó a conocer al escritor en su casa de la calle de Ruíz de Alarcón, a espaldas del Hotel Ritz. Recuerdo a un anciano con boina y batín gris que me dijo algo parecido a “espero que no des tanta guerra como tu tatarabuelo”. Probablemente por aquella afinidad vanhaliana seguí desde entonces con fervor la obra del escritor vasco y paralelamente las peripecias de aquel aventurero que guerreó bajo varias banderas y alcanzó el generalato en dos naciones, en un siglo tumultuoso y atractivo, tiempo al que desde el amor a la Historia acabé prestando especial atención.


José-Carlos Mainer publicó el año pasado un voluminoso libro (455 páginas) sobre Pío Baroja; un minucioso estudio biográfico y literario. Inmediatamente me fui al índice onomástico de la obra en busca de la entrada Juan Van Halen movido por la curiosidad. ¿Qué opinaría de esta biografía Mainer, catedrático de literatura y codirector de la edición de las Obras Completas de Baroja? Y sobre el personaje biografiado encontré dos páginas. En una de ellas Mainer escribe: “…pasó a Bélgica donde participó, con algún rango, en la revolución de 1830 que daría la independencia al país de sus antepasados”. Las cursivas son mías.

En la biografía dedicada por Baroja a Van Halen hay un capítulo que se titula Van Halen, jefe de la revolución belga y en él se transcribe el documento que recibió el militar español del Gobierno Provisional de Bélgica, llamado modestamente Comisión Administrativa, nombrándole “comandante en jefe de las Fuerzas Activas de Bélgica”. El nombramiento está en el archivo familiar y tiene fecha de 24 de septiembre de 1830. Escribir que Van Halen participó con algún rango en la revolución belga es al menos impropio, por impreciso, y más referido a una obra que Mainer se supone ha leído con atención como experto en Baroja que es, y además tratándose de una de las dos únicas incursiones barojianas en el campo biográfico. El rango del militar español fue el de comandante en jefe que pronto se convertiría en teniente general. La otra biografía escrita por Baroja, publicada también en la colección Vidas españolas e Hispano-Americanas del siglo XIX, fue la que dedicó a su lejano pariente Eugenio de Aviraneta, personaje que le sirvió de hilo conductor en su serie de novelas históricas Memorias de un hombre de acción.

Estos gazapos pueden no ser raros en estudios literarios pero chirrían más cuando se trata de datos históricos; los datos no son opinables, las situaciones sí y las obras literarias también.

Por abundar en el personaje y en las sorpresas, Miguel Artola, admirado e ilustre historiador y académico, autor de la monumental obra La España de Fernando VII (788 páginas) escribe que Van Halen “según sus Memorias llegó a entrevistarse con el monarca (se refiere a Fernando VII), extremo no confirmado por ninguna otra fuente”.

Artola insinúa que Van Halen pudo inventarse la entrevista. Y no fue así. Ese encuentro dejó rastro documental. Resulta sorprendente que el autor de una reconocida obra sobre Fernando VII y, en general, sobre ese periodo, ignore el manuscrito de la exposición de Van Halen al rey que en el mismo pliego y en columna paralela, como no era inusual en la época, incorpora un texto del Inspector General de Caballería en respuesta al rey  apoyando lo escrito por Van Halen, obviamente a instancia del propio monarca, según consta en el Archivo Militar de Segovia. O sea: el rey recibió, conoció y trasladó al Inspector General de Caballería la exposición en la que Van Halen, entonces teniente coronel de Caballería, se refiere entre otros asuntos  a la audiencia regia de 1817. En ningún momento ni el rey ni nadie en su nombre negaron que la entrevista se celebró sino todo lo contrario.

Otra prueba documental de que existió la audiencia del monarca al preso de la Inquisición es una nueva exposición de Van Halen al rey fechada el 21 de junio de 1821 que inmediatamente publicó con el título Verdades oportunas expuestas a Su Majestad por don Juan Van Halen. De no haberse celebrado la entrevista Van Halen no se hubiese atrevido a referirse a ella en una exposición dirigida al propio rey, hecha pública por él mismo, y que nadie refutó entonces ni más tarde, en la ominosa década, recuperado el poder absoluto por Fernando VII y Van Halen de nuevo en el exilio, esta vez en Cuba y Estados Unidos.

Los rastreos históricos descubren en no pocas ocasiones lagunas, oscuridades y  gazapos. Por eso la Historia se apuntala en documentos no en opiniones. De ahí algunos de los fallos de la mal llamada memoria histórica actualmente tan en boga, basada demasiadas veces en opiniones apasionadas y no en testimonios fehacientes. Sobre los gazapos de la memoria histórica podrían darse muchos ejemplos cómicos e incluso chuscos.

Sobre mi antepasado aventurero he escrito varios poemas. Los tres que reproduzco corresponden a tres etapas diferentes de su vida: de adolescente marino en Trafalgar, de jefe de la revolución belga y de jefe de la caballería en la batalla de Peracamps durante la Primera Guerra Carlista.

Pienso en un guardiamarina de Trafagar

                                      (Juan Van Halen, 1788-1864)

Esta noche la sangre me llama como un grito
que desborda las venas y el tiempo desembrida.
Pienso en aquel muchacho jugándose la vida
sobre estas fieras aguas de Trafalgar. El mito

comenzaba a forjarse, pero no estaba escrito.
El aullar del cañón, la mar enrojecida,
las llamas, los lamentos, la férrea acometida
del abordaje, el miedo que es un fardo infinito.

Y con el miedo a cuestas el muchacho en su puesto,
sable en mano, de pronto descubriendo la guerra,
recordando a su madre, confiando en su suerte.

La batalla hizo historia. Ya sabemos el resto.
La vida es azarosa. Yo estoy sobre la tierra
porque al muchacho aquel no le encontró la muerte.

                                         (De “Vivir es ser otro”, 2006.
                                         Premio Paul Beckett)

El poeta piensa en su amada y recuerda sus raíces

                                        (Ante un bajorrelieve del general Van Halen.
                                       Plaza de los Mártires. Bruselas)

Aquí creció mi sangre como un río
hacia la mar de Cádiz y tus ojos,
y hoy hallo a cada paso los despojos
de algo que siendo ajeno siento mío.

El ayer es mi faro y mi extravío
la sangre antigua en sus torrentes rojos-,
y me dejo llevar por los antojos
del tiempo, que es ceguera y desvarío.

¿Soy yo o soy aquel que con mi nombre
jugó en este lugar a vida o muerte
para arrancar a un pueblo sus cadenas?

Me habla el pasado y le responde un hombre
distinto -yo, tan débil y él tan fuerte-,
salvado por tu amor de tantas penas.

                                         (De “Vivir es ser otro”, 2006.
                                         Premio Paul Beckett)

 Recordando al brigadier Van Halen en los campos de Peracamps

                                                                   (26 de abril de 1840)
 
El hombre, siempre en paz y siempre en guerra,
eligió ayer la bóveda de Marte,
los hierros de la lid, el fiero arte
de indagar a la muerte. En esta tierra
que pisáis, los jinetes fueron sable,
encuentro de crüel ferretería,
maraña de dolor, pasión que huía,
rendido paraíso inalcanzable.
Aquí fue la batalla. Ciego, el hombre
alzó su cruz -la nuestra- , el desatino
de matar y morir, torpe destino.
Reconozco un jinete con mi nombre,
sangre mía tintando las arenas
que hoy la paz ha hecho olvido. El caballero
luchó y venció, blandió diestro el acero.
Oigo el fragor antiguo por mis venas.
El tiempo ha desbocado los corceles
fieles al alma y a la sangre fieles.
                                                  
                                          (De “Los mapas interiores”, 1998.
                                          Premio Rafael Alberti)