jueves, 8 de agosto de 2013

Riesgo y pasión de un liberal: Chaves Nogales

Leí a Manuel Chaves Nogales comenzando la adolescencia. En la biblioteca de mi padre, que contaba con apenas medio millar de libros pero bien elegidos, que yo devoré como un poseso, encontré la primera edición de “El maestro Juan  Martínez que estaba allí” publicado por Estampa en 1934. Para muchos pasa por ser una novela pero es un relato “vivido”. Como escribió Cela, “novela es todo texto que, editado en forma de libro, admite debajo del título, y entre paréntesis la palabra novela”. Realmente Juan Martínez, bailarín de flamenco, existió. Chaves Nogales lo conoció en París y le contó su peripecia durante la guerra civil que sucedió a la revolución rusa de octubre de 1917. Es una narración de hechos reales como lo es toda la obra de este singular y excelente escritor y periodista sevillano sobre el que cayó un inclemente silencio en la larga posguerra. También leí en la biblioteca de mi padre el retrato, por cierto poco amable y acaso movido por la envidia, que César González Ruano, amigo mío muchos años después, hace de Chaves Nogales en sus memorias “Mi medio siglo se confiesa a medias”.


Las obras de Chaves Nogales no empezaron a reeditarse en España hasta los años setenta del pasado siglo, y alguna de ellas, como “A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España” hasta 2001. La primera edición es de 1937 en la editorial chilena Ercilla en la que un año y medio más tarde publica Pio Baroja “Ayer y hoy”, obra de memorialismo individualista, tan de don Pío, ambientada en la guerra civil, con recuerdos de sus primeros días en Vera de Bidasoa, en los que fue detenido, y su exilio voluntario en París, que no se reeditaría en España hasta sesenta años  después, en los primeros años de la posguerra por la voluntad del escritor vasco parece que aconsejado por su familia; no era oportuno ni pacífico enfrentarse a la censura y significarse como dudoso para el  poder.

Si hubiese que elegir dos nombres de escritores-periodistas del siglo XX no dudaría en citar a Josep Plá y a Manuel Chaves Nogales. Por galanura literaria sin barroquismos ni opulencias, por preferir lo vivido sobre lo ficticio, por haber buscado la autenticidad en un tiempo difícil. Y de los dos quien lidió el toro periodístico y literario sin ser sinuoso y con más riesgo y pasión fue Chaves Nogales. En eso se asemeja a las artes de Juan Belmonte a quien dedicó acaso el mejor ensayo biográfico publicado en su tiempo.

Releo “A sangre y fuego”, título que no considero un acierto por su falta de originalidad; resulta manido. Es lo que llevó probablemente a su editor norteamericano (la traducción es de 1937) a titular este conjunto de nueve novelas breves “Heroes and Beasts of Spain”, mientras la edición de Londres-Toronto, de 1938, apareció titulada  “And in the distance a light”. Es probablemente el texto más relevante que se haya escrito sobre la realidad de aquella guerra incivil.

Chaves Nogales fue un intelectual liberal y republicano celebrado por obras tan importantes como “La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja”, “La agonía de Francia”,  y “Lo que ha quedado del imperio de los zares”. Periodista puntero, ganó el premio Mariano de Cavia en 1927 por un artículo sobre la llegada a Madrid de Ruth Elder, la primera mujer que cruzó en solitario el Océano Atlántico en avión. Fue redactor-jefe de “Heraldo de Madrid” y primer director de “Ahora”, el gran diario cercano a Manuel Azaña del que se sentía políticamente próximo. Ya da muestras de su búsqueda de ecuanimidad e independencia: ficha a Unamuno, Baroja y Maeztu como colaboradores.

Él mismo se define como “pequeño burgués liberal, ciudadano de una República democrática y parlamentaria” y como tal defiende la República cuando estalla la guerra. Asqueado por la crueldad de las retaguardias de ambas zonas, que ve en la suya y que le cuentan de la adversaria, opta por el exilio en París cuando el Gobierno republicano abandona Madrid para instalarse en Valencia. Cuenta los motivos: “Me expatrié cuando me convencí de que nada que no fuese ayudar a la guerra misma podía hacerse ya en España” y “Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba”. Fue aún más explícito: “En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco asesinando a mujeres y niños inocentes”. Su previsión sobre el inmediato futuro sobrecoge: “El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber si el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras”. Entendía que cualquiera que fuese el resultado bélico la gran derrotada sería la libertad. Era entonces, y lo fue siempre, un descolocado que, importándole poco serlo, apostó por la autenticidad; por ser consecuente.

Chaves Nogales lleva en París una vida modesta. Reside con su mujer y sus cuatro hijos en un  hotelito del arrabal parisino de Montrouge y se dedica a lo que sabe: escribir. Trabaja en “L’Europe Nouvelle” y en “Cooperative Press Service” y colabora en periódicos iberoamericanos. Es cuando redacta “A sangre y fuego”, al tiempo que mantiene su línea de pensamiento: “Mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia”. Y anota: “Pero la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España”. Unamunianamente se confiesa “contra esto y aquello”: “los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo y nacionalsocialismo”. Su ecuanimidad, su independencia, su talante liberal, esa adscripción a la que un día Marañón, también exiliado en París, consideró “la tercera España”, no fueron bien recibidos ni por los unos ni por los otros. Y así pudo escribir: “Aun antes de que comenzase la guerra civil un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo (…) de proceder a mi asesinato (…) sin perjuicio de que los revolucionarios, anarquistas y comunistas, considerasen por su parte que yo era perfectamente fusilable”. Y de ahí extrae una conclusión: “Todo revolucionario me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario”. 

En 1940, cuando las tropas alemanas amenazan París, alguien le avisa de que su nombre figura en los cuadernos de la Gestapo. En Berlín no habían olvidado que en la entrevista que le concedió Goebbels no se privó de considerar al dirigente nazi un personaje “grotesco e impresentable”. Chaves Nogales se traslada apresuradamente a Londres mientras su mujer y sus hijos preparan no sin sobresaltos su regreso a España tras quemar todos sus papeles comprometedores. No se volverían a encontrar. En Londres recuerdan al autor de la celebrada biografía de Juan Belmonte, traducida al inglés, y pronto consigue un hueco en el periodismo británico. Escribe una columna en el “Evening Standard" y dirige “The Atlantic Pacific Press Agency” además de colaborar en la BBC. Cuatro años más tarde, en 1944, muere de peritonitis en un hospital londinense, solo y cansado, antes de cumplir 47 años. Había escrito en el prólogo de “A sangre y fuego”: “He querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un lujo excesivo. Se paga caro, desde luego. El precio, hoy por hoy, es la Patria”. Y confiesa: “Soporto mejor la servidumbre en tierra ajena que en mi propia casa”.

Las nueve novelas breves de “A sangre y fuego” suponen la visión sobrecogedora, valiente, sin concesiones, de una hora terrible de España, contada con un estilo directo, pulcro y atento al detalle. Son novelas de no-ficción que tienen vida -y muerte- detrás. Aconsejo leer esta obra que provoca en el lector no pocas reflexiones.  Refleja la verdad de un hombre que adoptó la independencia y la ecuanimidad frente a la estupidez y la crueldad de los extremos. Fue su riesgo y su pasión.