miércoles, 1 de enero de 2014

Foxá o el ingenio al vitriolo

Agustín de Foxá, “conde de lo mismo” como él solía decir, y diplomático de carrera, representa un caso curioso dentro de aquella generación de escritores partida en dos por la guerra civil. Figura entre los ganadores de la guerra, aunque no combatió en ella, y a él se debe la más interesante novela sobre la contienda desde la perspectiva de los sublevados: “Madrid de Corte a checa”, reeditada una y otra vez hasta nuestros días. Como poeta su obra sufre altibajos y resulta desaliñada y presurosa, con la excepción de su producción dramática en verso en la que destaca “Cui-Ping-Sing”, una delicia de temperatura poética, y menos “Baile en Capitanía”. Pero acaso lo mejor de la obra de Foxá se publicó en los periódicos; fue un genial articulista y un minucioso -aunque ocasional- corresponsal en la segunda guerra mundial, de modo que cuando fue elegido para ocupar un sillón en la Real Academia Española él mismo no dudó en atribuir la elección a su producción periodística.

Foxá desbordó de ingenio el tiempo que le tocó vivir. Le perdía hacer frases ocurrentes, rápidas y demoledoras. Es su obra no recogida en libro alguno. Permaneció sólo en la memoria de quienes tuvieron la fortuna de ser testigos y la transmitieron a sus contemporáneos. Algunas de esas muestras de su ingenio le crearon problemas en un tiempo monolítico en el que en las alturas se encajaba malamente la ironía sobre asuntos políticos.
 
En el punto de mira de su ingenio mordaz estuvieron personalidades del franquismo, entre ellas el dramaturgo Joaquín Calvo Sotelo, hermano de José Calvo Sotelo al que el régimen consideraba “el protomártir”, el general Millán-Astray, algún amante de alto copete, real o ficticio, de  Celia Gámez, la propia artista, y la familia de bodegueros Domecq. Circularon por los salones y cafés de Madrid sarcásticos sonetos sin firma que le eran atribuidos de inmediato. Foxá ni negaba ni afirmaba su autoría; no los prohijaba pero acaso por gozo malicioso tampoco los repudiaba.

Intentar una brevísima antología de las muestras de ingenio de Foxá resulta tarea compleja. Citaré algunas de sus ocurrencias que se comentaron profusamente entonces.

Su primer destino diplomático, durante la República, fue Bulgaria, y en Sofia un colega extranjero se sintió ofendido por alguna de sus hirientes bromas y amenazó a Foxá con enviarle los padrinos para dirimir sus diferencias en un duelo a sable. Ocurría que el dolido y anacrónico diplomático era un marido burlado, circunstancia pública y notoria, por lo que el joven Foxá le cortó la amenaza con una de sus frases envenenadas: “Batirnos en duelo sería una lástima pues daría motivo a mi primera estocada y a su última cornada”.

Fue expulsado de su puesto de secretario de la Embajada en Roma cuando ante el comentario del conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores y yerno de Mussolini: “Cuidado, conde, cualquier tarde le mata un güisqui en una embajada”, Foxá contestó rápido: “Cuidado, conde, cualquier tarde le mata Marcial Lalanda en una plaza de toros”; se cuchicheaban en Roma las infidelidades de la mujer del ministro.

Nuestro autor escribió una obra teatral, “Gente que pasa”, en colaboración con José Vicente Puente, dramaturgo y al tiempo fabricante de camas. Los dos escritores acabaron enemistados. Foxá le dedicó unos versos: “Hace camas y comedias / pero con tan mala suerte / que en las camas te despiertas / y en las comedias te duermes”.  “Gente que pasa” no gustó. Antonio Díaz Cañabate firmó una crítica feroz y Foxá le contestó con uno de sus terribles epigramas: “A ese escritor botarate / que en todas partes se mete, / no le digas Cañabate / dile sólo: “¡Coño, vete!”.

Ante la afirmación de un compañero de tertulia de que las decisiones de Franco las inspiraba el Espíritu Santo, Foxá se levantó rápido de la silla, pidió el abrigo y anunció: “Voy a apuntarme en el Tiro de Pichón”. En otra ocasión, poco después de ser nombrado Martín Artajo, antiguo presidente de Acción Católica, ministro de Asuntos Exteriores, cierto diplomático que regresaba a un destino en Madrid tras años en el extranjero, desde los tiempos del ministro Serrano Suñer, le preguntó en qué había cambiado el Ministerio, y Foxá le informó: “Cuando tú te fuiste al entrar en el despacho del ministro se gritaba “¡Arriba España!” y ahora se susurra “Ave María Purísima”.

En un viaje a Argentina el mismo ministro Martín Artajo llegó tarde a una audiencia en la Casa Rosada con el general Perón, entonces presidente de la República, Foxá esperaba en la antesala presidencial. Pasaba el tiempo y el propio Perón apareció en la antesala y preguntó, nervioso, los motivos del retraso del ministro. Foxá respondió con naturalidad: “Se habrá ido de curas”. Cuenta Areilza, entonces embajador en Buenos Aires, en su libro “Así los he visto”, que estando de paso en la capital argentina una delegación española que acompañaba a la reliquia del brazo de San Francisco Javier, Foxá se despachó con este brindis: “Pido un aplauso especial para estos hombres que en los tiempos que corren han sido capaces de dar casi la vuelta al mundo con un brazo en alto”. Estas ocurrencias no eran bien recibidas en el Gobierno de Madrid.

En un homenaje que los amigos y compañeros le ofrecieron en La Habana en 1954, el gran poeta cubano Gastón Baquero le llamó “caballero de la imprudencia”. Allí dejó también muestras de su ingenio vitriólico. Una tertulia habanera se torció y uno de los presentes, importante industrial propietario de uno de los mayores ingenios azucareros de la isla, insistió en sus comentarios irónicos sobre la presencia de España en Cuba, Foxá le cortó improvisando: “Para presumir de genio / y para hablar mal de España / hay que tener mucho ingenio / y el suyo…sólo es de caña”.

Cuando era encargado de negocios en la Embajada de España en Finlandia trató intensamente a Curzio Malaparte. El escritor italiano, huido de su país tras su ruptura con Mussolini, consideró a Foxá “uno de los hombres más ingeniosos que he conocido en mi vida” y reflejó su amistad con amplitud en su célebre novela “Kaputt” y en su obra póstuma “Diario de un extranjero en París”. En una de aquellas conversaciones nocturnas, jugosas e interminables de Helsinki, Malaparte, adulador, preguntó a Foxá delante de un grupo de amigos: “Conde, yo, si no fuera Malaparte, querría ser Foxá ¿y usted?”. “Yo, Bonaparte”, contestó de inmediato el español.

Al final de su vida Foxá se había convertido en un heterodoxo incómodo, cansado de cansarse, descreído de la política y mal visto por el poder; temido por sus aceradas ocurrencias. A su amigo César González-Ruano le confesó: “Ciertas revoluciones han tenido un trilema: “libertad, igualdad y fraternidad” lo fue de la revolución francesa; en mis años mozos yo me adherí a una trilogía que hablaba de “patria, pan y justicia”; ahora en la madurez proclamo otra trilogía: “café, copa y puro”. La ocurrencia no gustó nada en los aledaños del poder. Pero así era Foxá, un travieso niño grande crecido contra el tiempo que vivió o a pesar del tiempo que vivió.

Reproduzco tres sonetos que circularon por Madrid atribuidos a Foxá aunque, como ya he escrito, él no confirmó ni negó una autoría de la que, a estas alturas, nadie duda. Para orientación de lectores que lo desconozcan, los Domecq son una saga de bodegueros jerezanos ennoblecidos por Alfonso XIII y por el Papa Pío X con sendos marquesados de su apellido. Celia Gámez fue una actriz y bailarina nacida en Buenos Aires que después de la guerra recreó el género teatral de la revista ligera, a la que se atribuían sonados amantes de la aristocracia, el toreo y el generalato. El general del tercer soneto es José Millán-Astray, fundador de la Legión Española, manco y tuerto por acciones de guerra, al que se consideraba amante de Celia Gámez, entre otras historias galantes que se le atribuyeron.  

 
A LOS DOMECQ

Horda del sur envanecida y boba
que venís con el pelo de las dehesas
para adorar a estúpidas marquesas
que a cambio de dinero os dan coba.

Tratantes de la baja Andalucía
que usáis de propaganda la tajada
y presumiendo de genealogía
es vuestro escudo marca registrada.

Componen vuestra corte de adulones
artistas, tortilleras, maricones,
el cuerpo diplomático y Cortés.

De esta España vulgar de panderetas,
id con vuestro dinero a hacer puñetas,
oh Borgias de los vinos de Jerez.

A CELIA GÁMEZ

Tú, que naciste en las porteñas hampas
y del amor conoces los oficios,
hermosa zorra de las anchas pampas
que enamoras marqueses pontificios.

Tú, que cantas los tangos con ojeras
repletos de memeces argentinas,
y hablando con duquesas tortilleras
confundes las Meninas con mininas.

Los prognatas toreros que complicas
por ti se tornan en babosos toros;
vas al teatro con señoras ricas,

y estrenas obras con cretinos coros
escritas para ti por los maricas
que sueñan con los culos de los moros.
                                 
A UN GENERAL

Valentón, huero, fatuo y mutilado,
mete en su cama a bobas cupletistas.
Más asno que caballo desbocado.
Imán de hampones y de estraperlistas.

Grita “¡A mi la Legión!” con voz cazalla,
“¡Muera la inteligencia!” que él no tiene.
Ante el caudillo asiente, suda y calla
y es trueno y rayo cuando le conviene.

Fornicador sin gusto y por antojo,
preñó a quien no debía por capricho.
Sin uniforme apenas vale nada.

Mira insolente el mundo con un ojo,
va por la vida a cuestas con su nicho,
fúnebre espectro de la madrugada.